La muerte de Shere Khan

Estándar
Venía paseando un tanto apurada por una especie de suburbio, ignorando alevosamente los límites propietarios del trazado urbano. Las luces de la mañana acariciaban inocentemente las tejas, las paredes despintadas por el tiempo y las tiernas hojas de los árboles en los patios; la escena familiar de un barrio que amanece virgen tras una noche lluviosa. El recuerdo es borroso: con cada impulso tomado sobre algún objeto, me elevo algunos centímetros, cada vez más, como quien está sumergido en agua e intenta empujarse para llegar a la superficie. Así, un poco jugando y un poco volando a través del aire fresco, con cierto apremio, voy atravesando el paisaje cercano. Las calles amplias van diluyéndose, tomadas por la naturaleza. Los limoneros dejan lugar a los árboles silvestres; las casas de gente dormida quedan atrás, cada vez más parecidas a ruinas, hasta que en mi presente sólo queda un bosque. Nunca me alejé demasiado del suelo, y ahora voy pasando entre ramas o sobre troncos caídos; si bien me siento muy cómoda en este lugar, estoy alerta. Me doy cuenta de que me estoy escapando. Y rápidamente veo de quién: a lo lejos se siente el barullo inconfundible de un grupo de humanos avanzando sobre la hojarasca, con toda la torpeza y la soberbia que los caracteriza. Me muevo rápido, me oculto sin miedo; sólo pretendo no ser vista. Los conozco, y sé que son peligrosos. Mi escape no es lo suficientemente veloz, así que trato de ocultarme mientras pasan. Están vestidos de forma extraña, y se están matando entre ellos. Todos contra uno, golpeándose con palos sin destreza alguna. No entiendo por qué lo hacen, pero estoy bastante segura de que si me ven, voy a ser la próxima presa; esta gente tiene una fiebre violenta y delirante escrita en la mirada. Van dejando sus herramientas en el suelo, y en los momentos en los que alguno se me acerca demasiado, le arrojo uno de sus palos metálicos rogando dejarlo inconsciente antes de que dé aviso de mi ubicación. Noto que son bastante débiles; un golpe bien puesto es suficiente para confundirlos sin levantar sospechas. Me empiezo a alarmar, cada vez son más, avanzan impredecibles como elefantes ciegos, y cualquiera de ellos me significa la muerte. Mi puntería tiene su límite, y mis chances de salir de ésta también…
Me despierto. 4:35 am. Ruidos extraños desde la calle, no entiendo muy bien dónde estoy ni me siento ya en un lugar seguro. Reconozco mi cama (bah, mi esterilla) pero me resulta bastante ajena, y me extraña estar encerrada en una caja con el aire tan quieto. «Era sólo un sueño», me digo. «Te quedaste dormida, y de paso te perdiste la fiesta a la que querías ir con tus amigos». Una fiesta, en una ciudad… Miro un poco más por la ventana. Qué extraña me resulta mi existencia esta mañana. No le tengo menos desconfianza a los humanos que la que sentía hace un rato; y sin embargo, vivo en una ciudad donde todos ellos se amontonan. No tengo ningún interés en ir a una fiesta, salvo por la idea del movimiento mismo. En general, siempre me sentí mucho más a gusto entre animales y plantas que viven su día a día en la generosa realidad, que entre humanos que deliran con abstracciones y fantasmas que los hacen actuar de maneras rarísimas (¿qué son sino el dinero, la propiedad, las elecciones, las leyes, el estado, el derecho a obligar a otro?). Sospecho que ellos también se tienen miedo entre sí, pero le tienen tanto más miedo a todo lo que no se les parezca que se arman las ciudades a su propia escala, en pleno cemento y relucientes superficies, prohibiendo la entrada a casi cualquier otra especie cuyo comportamiento y ubicación no hayan aprendido a dominar. Pareciera que el modus operandi es siempre el mismo: someter lo que no entiendo, intentar eliminarlo antes de prestar atención a través del pánico a lo desconocido (quizás también etiquetarlo antes, para darnos seguridad creyendo que sabemos lo que ocurre). Que no nos extrañe que lo desconocido pueda ser otra persona, con un color o una costumbre ligeramente distinta. Hemos dejado el mundo afuera, y en un arranque de histeria, queremos aislarnos de nuestros pares y de nosotros mismos para no sentir miedo nunca más, no sentir dolor, no soportar ni el más mínimo golpe ni la lluvia ni el frío de la mañana. Nos enfermamos más rápido y más seguido, encerrados en nuestras cajas. En un intento desesperado de no reconocernos en el otro, nos violentamos entre nosotros. Nos estresamos ideando castillos de aire, e ignoramos los mismos elementos de los que estamos hechos. Tememos nuestra fibra animal (estar alerta, saborear las sensaciones, escuchar los impulsos internos) y vivimos sedados en imaginaciones, listas de tareas, memes y series de Netflix. Recuerdo un capítulo de un viejo libro querido, en el cual Mowgli es expulsado también de la manada de humanos, y me pregunto si me queda otra cosa que hacer a estas horas que no sea escribir. Que extraña me resulta mi existencia esta mañana…

this city is getting old

Estándar

to me, future plans are exciting fantasies
games i imagine i would love to play
now present situations feel like known scenes
most of them washed out of any wonder within

worrying has become a superficial act,
‘cause long ago, these problems had already been solved
and so there’s a thought that’s been coming afloat
there’s something in my life that’s been still for too long

have i been still for too long?
i wonder why my soul needs new suggestions from the external world
well maybe i could let myself drown in internal shit
but it turns out i’m not sick, i’ve got plenty of energy
the disc is repeating and it’s starting to itch
everywhere it smells of nostalgic sunset trees
pretty sure life ain’t just a collection of pics
don’t really think the only option is to watch tv
there’s a chance that beyond all these plastic stimuli
out there and in me there actually exists
some fierce, nurturing, unexplored territory

3. opciones

Estándar

-¿y qué tal, una ingeniería? ¿Algo técnico pero más aplicado o más humanitario? ¿Qué tal la ciencia espacial que venías buscando, la propulsión, los cohetes, la exploración del universo (que estará a cargo de otros, a alegres hombros de tu trabajo)?

-¿y qué tal, una vida de deleite y esfuerzo artístico, por el motivo del arte mismo? ¿Por qué no sumergirse en el mundo sensorial? (¿no es esto igual de sacrificado, específico y alienante que una carrera científica?)

-¿qué tal sería una vida ascética, de contemplación, de caminata, de tosca simplicidad y bien tejidos pensamientos?

-¿por qué una sola cosa, y no todas? ¿Por qué planear, si es todo tan incierto, en lugar de entregarte a los impulsos vivos, a las fluctuaciones del espíritu? ¿Es esto algo bueno? ¿No estamos saltando al vacío continuamente, haciéndonos creer a nosotros mismos que sabemos lo que va a pasar?

Sé cosas ahora, pero son superficiales. Puedo aprender más cosas, y desarrollar otras habilidades, pero serán sólo ilusiones que me permitirán seguir jugando atada a la Rueda. Elegí física hace muchos años pensando que quizás era algo que valía un poco más la pena estudiar, en comparación con cualquier otra ocupación; pero veo ahora tan claro como lo intuía entonces, que es sólo otro entretenimiento. Quizás mi problema es que recuerdo demasiado bien la imagen del fondo del cuenco, y me convenzo de que conozco su forma; precisamente por eso, todavía no logro hundirme de vuelta en él.

Este mundo es un campo abierto, un océano interminable, sin dirección privilegiada. No es difícil ver que las doctrinas no sirven de nada al que no quiere engañarse. ¿Cuál es el camino, entonces, que lleva de vuelta al nirvana? ¿Existe? Sabiendo que no está trazado, ¿qué debería hacer mientras tanto? ¿Dónde se origina el impulso que deben seguir mis pasos? ¿En mi cuerpo, en las corrientes humanas, en el viento de un río, en la electricidad de mi razón, en lo que detectan mis sentidos? ¿En la Piedad, en el Brío, en la Amplitud?

¿Hay algo cierto en este mundo?

2. studying physics might have been some fucking nonsense on my part.

Estándar

Pero creo que estoy entendiendo de a poco la lección: nada puedo asegurar en este universo caótico, y sería necio pretender hacerlo. Sólo puedo manejarme con generalizaciones, tan buenas como mi tiempo y mis ganas me lo permitan. De manera que quizás tenga más sentido abocar mis días a cosas que sí me diviertan, o me enseñen algo que no sepa, o por lo menos (¡como si fuera poco!) me mantengan en movimiento.

Este mundo es extraño, terrible, amplio, vibrante y tan, tan familiar

que ya no veo mucho sentido en intentar entender el funcionamiento de alguna de sus maquinarias específicas, elegida arbitrariamente, por el sólo divertimento técnico.

Necesito alguna empresa más conectada, que no sea ya tan lejana de las entrañas, el calor y las cosas que se mueven. Porque el investigador moderno encuentra su sosiego en la creencia de que es un sabio que observa al mundo desde su oficina, como quien escudriña la playa desde un alto faro, sin darse cuenta (o ignorando a propósito) que él mismo es nube de tormenta, y no tan sólo un cerebro.

1. incerteza

Estándar

Una monita, acá sentada entre los pastos, tan significante como un pasto más. Bien. Al menos yo sí me puedo mover.

Nadie sabe qué es lo que va a pasar. Ni en 2 segundos, ni mañana, ni el año que viene. La física lo permite, la naturaleza lo exige. Es una idea tan abrumadora que no resulta extraña la obsesión controladora con que la evolución nos ha obsequiado y engañado todos estos años.

Y sin embargo, la persona razonable debería abocarse a la difícil tarea de intentar ser sincera consigo misma sin volverse loca. Dejemos la ilusión del determinismo para los arrogantes que crean que pueden controlar todas las variables; tanto el pasado, como el presente y el futuro son en gran mayoría un misterio incierto para nosotros los monitos, y mejor sería que comprendamos cuán profundamente están basadas nuestras conductas en la astucia y el arrojo que tengamos para apostar. Porque a fin de cuentas, ¿no es cada paso una apuesta? ¿cada comida, cada persona que esperamos que llegue, cada día trabajado, cada compra, cada estudio, cada sueño que intentamos traer a la realidad? ¿No es increíble que nos hayamos acostumbrado tanto al vértigo, que lo ignoramos y hasta creemos en un Orden?

Sobre la pulsión salvaje

Estándar

Existe un ritmo de trote al cual una puede andar sin cansarse nunca.

Existe un color indescriptible en el fundamento de cada fuego, y un misterio eterno de no conocerlo nunca por completo.

Existe una vida sensorial, alerta e impredecible, que nos recuerda nuestro estado animal.

Existe una llamada, en la turbulencia de la sangre, que nos atrae inexorablemente al seno de la peligrosa Naturaleza, y nos recuerda que somos inseparables partícipes de ella cada vez que nos arde el corazón como una llama incontenible.

Y es que la vitalidad invade cada fibra de mi cuerpo con la mayor intensidad posible, sólo cuando la inmensidad del mundo a mi alrededor se hace evidente, y las arrugas de la Tierra me rodean, y se desdibujan en las fronteras de mi piel, y el viento se lleva mi pelo como si ya no fuera mío, sino un tornado más en la fiebre del movimiento. Y mis ojos ya no son entonces más que vidrios separando lo externo de lo externo, lo interno de lo interno, el mundo de sí mismo.

Estándar

Ya escribí demasiado sobre vos

Ya escribí demasiado sobre vos

creí que te ibas a diluir en mis letras

pero no, seguis ahí, tan real como siempre

con tu sonrisa y tus ojos tristes

Quizás, si sigo escribiendo, algún día no me conozcas más

y te deje de doler, y me dejes de doler

y te diluyas en mis letras

y tanto vértigo y momentos que no fueron y yerba en tu matecito y nos queríamos en negro no hayan sido escritos en vano…

Estándar

El hombre más sensato es el que no tiene nombre ni firma, porque las reconoce necias.

El más perspicaz es el que no se deja engañar por imágenes, porque ve que el núcleo no tiene identidad, y todo lo demás es vanidad inconducente.

El más honesto es el que no se arroga pertenencia, porque entiende que todo está enteramente librado a los vaivenes del mundo.